El Ratoncito Pérez
¿Quién
cuando era pequeño no ponía el diente de leche debajo de la almohada esperando
a cambio una moneda o un regalito?
Según los
países para algunos viene el Ratoncito Pérez, para otros el hada de los dientes.
El origen más probable del ratoncito y su enlace con un hada proviene de un cuento francés del siglo XVIII de la baronesa d’ Aulnoy: La Bonne Petite Souris (El Buen Ratoncito). Habla de un hada que se
transforma en un ratón para ayudar a derrotar a un malvado rey, ocultándose
bajo la almohada del mismo, tras lo cual se le caen todos los dientes.
En España
su historia se debe al jesuita Luis Coloma (autor de Pequeñeces, Jeromín y
otras piezas) que escribió un
cuento cuando a Alfonso XIII que entonces tenía 8 años, se le cayó un diente. Coloma lo presenta como un
bonachón personaje que muestra al Rey Buby (apodo con que la Reina María Cristina llamaba a su hijo) las miserias de los pobres. Ratón Pérez, en
palabras del Padre Coloma es pequeño, con sombrero de paja,
lentes de oro, zapatos de lienzo y una cartera roja, terciada a la espalda.
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El pequeño ratoncillo vivía en una caja de galletas con su familia. Era una casita muy cómoda y nunca les faltaba la comida ni a él ni a su familia porque vivían justo al lado de una panadería y cada noche Ratoncito Pérez acompañaba a su padre a coger restos de harina y todo lo que encontraban para poder comer. Un día, Ratoncito Pérez escuchó mucho alboroto en el piso de arriba y como buen ratón curioso trepó rápidamente por las cañerías hasta llegar a la primera planta y vio que alguien se iba a instalar allí porque tenía toda la pinta de ser una mudanza.
Al día siguiente, Ratoncito Pérez volvió y
encontró que habían montado una clínica dental. Desde ese día, subió todos los días a observar cómo trabajaba el
dentista, que se llamaba José Manuel. Tanto le gustaba la profesión que decidió
ir apuntando todo lo que veía en una pequeña libretita y luego practicaba con su familia. A su madre le
hizo una limpieza de boca. A su hermana le empastó varias caries. A su padre le
curó un dolor de
muelas con un
poquito de medicina. Poco a poco se hizo muy famoso y a él acudían ratones de
todas partes para que les curase. Ratones de ciudad muy bien vestidos con
sombrero y bastón, ratones de campo que le pagaban con una bolsita de
comida. Ratones de todo tipo, grandes, pequeños, gordos, delgados… Todos los
ratones querían que Ratoncito Pérez les curase o les arreglara la boca.
Se hizo tan popular Ratoncito Pérez que
comenzaron a acudir ratones ancianos con problemas más grandes que no tenían
dientes y querían comer almendras, castañas, turrón, nueces… y todo aquello que
no podían comer hasta aquel momento.
Ratoncito Pérez no paraba de pensar cómo podía ayudar a estos ratones
ancianos pero no se le ocurría ninguna solución, así que, subió al piso de
arriba a la consulta del Doctor José Manuel y vio que a los ancianos les ponía
unos dientes estupendos que los hacían en una gran fábrica. Pero, aquellos
dientes eran tan grandes que a él no le servían. Cuando ya estaba a punto de
irse a su casa, entró en la consulta un niño con su mamá y el Doctor le quitó
un diente y se lo dio de recuerdo. Ratoncito Pérez pensó que iría a casa del
niño y le compraría el diente. Así que, siguió al niño y a su mamá por toda la
ciudad hasta que llegaron a su casa pero no pudo entrar porque había un enorme
gato que hacía de guardián. Esperó hasta la noche, cuando todos dormían en la casa y
entonces entró en la habitación del niño que había dejado su dientecito debajo
de la almohada de la cama. Ratoncito Pérez cogió el diente y dejó un bonito regalo para el
niño.
A la mañana siguiente, cuando el niño
despertó vio el regalo se puso contentísimo y lo primero que hizo fue
contárselo a todos sus amigos. A partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes
de leche debajo de
la almohada para que Ratoncito Pérez los recoja y a cambio les deja un bonito
regalo.
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